Habitamos entre notificaciones y existimos entre los instantes. En ese espacio entre la vibración, la luz y el encendido de la pantalla. Ahí surge lo “esencial”. ¿Qué sientes tú cuando recibes una?
Hay una especie de disforia; la mezcla entre ansiedad, irritabilidad e inquietud. Es que no sólo somos victimarios en un mundo híper conectado, sino que también, somos víctimas del acecho de una conexión virtual.
Sintonizarnos en cualquier medida con las entidades –seres humanos de cabeza gacha- que pululan; es una cuestión de supervivencia y ya no tanto una elección.
Supuestamente, podemos elegir cuando “conectarnos” con la pantalla o el espejo negro. Sin embargo, dicha posibilidad se adormece en la cotidianidad del alboroto.
Una vez más el ser humano se ha superado a sí mismo, llevando al extremo el vital vínculo entre sus deseos y la propia luz interior. Si pusiéramos dicha pantalla en el pecho y ardiéremos en dolor, no tomaríamos dicha instantánea ni la “subiríamos” a la nube. Muy por el contrario, desearíamos no mirarla. No ver el acontecer interno y privarnos del crecimiento instantáneo que permite el dolor.
Hoy en día, preferimos ver el mundo entre marcos. En su extensión, de cinco pulgadas y algo más, nos modelan la realidad. Sin entender que, nuestra propia maquinaria, funciona en un terreno irrepetible.
La transitoriedad de los estímulos nos ha llevado a sentir cada vez menos y, tal vez, a poner afuera lo que debiese estar adentro.
Este sorbo de luz azul que tomamos más de 180 veces por día, nos mantiene despiertos en la monotonía de una existencia absurda. Carente de sentido y limitada por las cinco pulgadas.
Hemos enmarcado nuestra experiencia a límites tan pequeños, que nos preocupamos de que esta –la pantalla- sea más liviana, rápida y su disponibilidad se extienda por la mayor cantidad de horas posible.
Es en este contexto que me pregunto; ¿cuál será el próximo paso del ser humano y donde estaremos refugiados al momento de la muerte?
Un cubo conectado a la pared, nos da un respiro en pos de una nueva ilusión, que sin tanta emoción, nos mantiene nuevamente atentos al momento decisivo: la desconexión. De noche, una pequeña luz nos alerta de la presencia de los que están esperando a ser descubiertos por la mañana. La impaciencia y la falta de humildad, interrumpe el sano descanso. No obstante, apagar y cortar con el vínculo, sería desgarrador.
No nos damos cuenta que vivir el mundo en un recuadro, nos convierte en piezas de museo. Inertes y sin vida. Sólo existimos en el recuerdo; en la intensa manía de dejar registro de lo que hemos sido. Pero todo lo anterior, impide conectarnos con el ahora y con la esencia de quienes somos. La falta de coraje para vivir en el presente es una de las consecuencias de estar pendientes de esa descendiente lista que nunca está al día y que siempre terminamos descartando por no ser recibida a tiempo.