

Descubra más de Tomás Gauthier
Se dice que los extremos son los punto más lejanos de una cuerda. En otras palabras, blanco y negro; amor y temor, no son más que opuestos complementarios en la “cuerda” de la vida.
Hoy, hemos decidido, en parte, que la tecnología y la espiritualidad son opuestas y nos encontramos en el clímax de dicha aseveración.
Las redes sociales están “destruyendo” la fibra más elemental de nuestra sociedad. Interviniendo la intimidad de una generación que con gusto y sin precaución, se ha dejado llevar por la inmediatez y el deseo de ser admirados.
Sin embargo, esta generación, de la cual me siento totalmente parte, cree que dicha admiración viene a ser un elemento central de la existencia. Es decir, el mero hecho de haber –si quiera- nacido, impone un mandato de admiración (confundida con fascinación).
Nuestra tolerancia a la frustración, por consiguiente, no es más que una expectativa de los “adultos”; un vacío que nos aísla de la verdadera posibilidad de convertirnos en sujetos dignos de la admiración de nuestros pares.
En dicho afán de fascinación, perdemos la capacidad de enamorarnos, alimentar positivas relaciones de amistad y, en dicha lógica, nos quedamos solos. Con una exacerbada virtualidad que, sin previo aviso, puede convertirse más bien en una necesidad y no tanto un placer.
El vicio y la decadencia, manifestaciones de la desidia y el descuido post adolescencia, se adelantan en su cronología. Convirtiéndonos, a los treinta y tantos, en reliquias sin compromiso; absurdos seres sin pasión ni mesura. Una constante contradicción, en tanto parecemos y no somos.
Los procesos de deconstrucción personales y sociales, ya no logran diferenciarse, estableciendo límites imaginarios entre lo que está afuera y aquello que está adentro. Somos, en parte, lo que otros quieren y un reflejo póstumo de las expectativas de nuestros padres.
El extremo complementario de la crisis existencial, a mi juicio, sería la paz interior. No obstante, me parece tan complejo definirla. Si bien creo que, no existe tal dimensión considerada y ansiada por algunos (como estática) llamada felicidad, estoy seguro que al interior debiese quedar un espacio, literal, que favorezca el nacimiento de un modelo personal e indiscutible de lo que para uno implica dicha paz.
Es así que la crisis existencial, en la que nos hemos visto envueltos, no es más que una consecuencia de la falta de límites. Somos incapaces de optar por una autopercepción sincera y honesta necesaria para la definición de un “personal alguien”, subiendo todo a la nube. Esa nube que, por primera vez en la humanidad, no está en el cielo.
Debilitados por la ausencia de frustraciones, en lo relativo al tiempo y a la espera, creemos que la satisfacción de los impulso está por sobre la estructuración de una fuente interna de reconocimiento.
Hemos sido espejos de una generación dañada por la dictadura y limitada por fuerzas externas que pusieron en duda la frágil vida.
Se castigaron los pensamientos, las ideas y las definiciones que fuesen distintas a la del “padre”. Con madres ausentes, emocionalmente, por la insistencia y violencia de este ideal masculino que remeció y continúa remeciendo, la rutina y el quehacer de la sociedad.
Es cierto que hemos avanzado en materia de libertades, pero no somos capaces hoy de restablecer los límites o definir nuevos. Tanto así que, el exceso se manifiesta hoy en enfermedades como la obesidad y el cáncer; y también, en el calentamiento “exagerado” de nuestro planeta. Todo por falta de límites.
El problema de la confianza y la aparición de las fake news y la posverdad, también se relacionan a la “consideración de infinitud” que se presenta en la era digital.
Internet no tiene límites; el dinero, tampoco. Y es en esta lógica que, se asume que ciertos recursos, como los alimentos, el agua, los minerales, solo por mencionar algunos, operan en la misma lógica, confundiendo abundancia con exceso.
Fuentes de la FAO y otras organizaciones internacionales establecen que cerca de un tercio de los alimentos que se generan al año se convierten en basura. No obstante, un porcentaje altísimo de la población no tiene que comer o come hasta el exceso.
// este dibujo se llama Alma y es de mi autoría. lo quise incorporar en esta publicación porque, de alguna u otra manera, estamos todos buscándola //
¿Dónde se dibuja la línea, si es que nadie nos ha enseñado a definir límites alejados del miedo?
Las religiones, y otras formas de culto y dogma, han sido las precursoras en establecer los miedos de los que somos “víctimas”. Consiguiendo, en el corto plazo, cerca de dos mil años, que nos comportemos de una manera adecuada en relación al otro y a nosotros mismos.
Bajo amenazas, hemos crecido creyendo que la única manera de auto-definirnos es temiendo a un “monstruo” externo que adquiera las dimensiones de un padre, poniendo orden y satisfaciendo su necesidad de dominarlo todo.
Entonces, hemos aprendido del control creyendo que es libertad y del miedo, confundiéndolo, con amor.
Hemos recibido una educación de extremos complementarios, vistos desde un lugar de subyugación, y estancados en una lógica inmadura, llevando el proceso de maduración y adultez hacia una inevitable transformación: el padre castigador, hoy (desde los 60s) conocido como el patriarcado.
Escapar es posible, pero requiere de tolerancia a la frustración, amor y coraje. Y como dije anteriormente, nada de lo anterior nos pudo ser enseñado.
No obstante, tengo esperanza. Esperanza de que, mediante la misma tecnología que critico y que utilizo, además de un salto en la consciencia humana, podremos reconstruir nuestra realidad.
En un próximo escrito, desarrollaré -en mayor profundidad- como creo que se conectan el pasado, presente y futuro desde ser, el ego y avatar.